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lunes, 23 de agosto de 2010

Mirando alrededor y más allá del matrimonio

Matrimonios sin amor romántico

Los occidentales creen que el amor debería ser la base del matrimonio. ¿Caracteriza este ideal a la mayoría de las sociedades? Sabemos la respuesta: no. De hecho, en muchos lugares se cree que el amor romántico es un pobre cimiento para el matrimonio y se desalienta enérgicamente. Sin embargo, aunque el amor romántico no sea la base para el matrimonio en todas partes, sí se da en casi todas partes. Un reciente estudio intercultural sugiere que el 88 % de las sociedades del mundo muestra signos de amor romántico- relatos de añoranza personal, canciones de amor o representaciones del amor en el folclore, fugas por amor e historias de amores apasionados contadas a los etnógrafos.

Ember y Ember (Antropología cultural, 1997)

Los na de la China, una sociedad sin matrimonios significativos

Conocemos una sola sociedad en la historia del mundo que no hizo del matrimonio una manera esencial de organizar la vida social y personal: los na de la China. Con esa excepción el matrimonio fue, de un modo u otro, una institución social universal a lo largo de toda la historia de la que tenemos registro.

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En realidad, a pesar de sus diferencias, hay claras similitudes entre todas las instituciones que fueron definidas o celebradas como matrimonios a lo largo de la historia. El matrimonio generalmente determina derechos y obligaciones conectados con la sexualidad, el género, las relaciones con los parientes políticos y la legitimidad de los hijos. También concede a los integrantes derechos y papeles específicos en relación con la sociedad más amplia. Habitualmente define los deberes recíprocos del marido y de la mujer y con frecuencia los deberes de las respectivas familias entre sí y establece la obligatoriedad de esos deberes. Además, permite que la propiedad y el estatus social de la pareja o del jefe del hogar pasen a la próxima generación de manera ordenada.

Pero no hay ninguna sociedad en la que el matrimonio cumpla todas estas funciones. Además, una función que en una sociedad corresponde al matrimonio, en otra sociedad ha estado a cargo de otro mecanismo diferente del matrimonio.

En la década de 1970, la antropóloga Ernestine Friedl señalaba que, en teoría, un grupo de hermanos y hermanas podía cumplir la mayor parte de las funciones del matrimonio. “La procreación”, escribió Friedl, “podía lograrse mediante encuentros sexuales irregulares con hombres y mujeres de otro grupo de hermanos y hermanas y cada grupo se haría cargo de la crianza de los hijos que dieran a luz sus propias hermanas” [....]

Los comentarios de Friedl eran una mera especulación hasta la reciente publicación de un enorme y fascinante estudio sobre los na, una sociedad de alrededor de treinta mil individuos que habitan en la provincia de Yuman, en el sudoeste de la China. Entre los ná, la única sociedad que conocemos en la cual el matrimonio no es una institución significativa, los hermanos y hermanas viven juntos y entre todos crían, educan y mantienen a los hijos que las mujeres dan a luz.

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Entre los na, las relaciones fraternas son mucho más significativas y duraderas que los amoríos o las relaciones sexuales. Cai Hua comprobó que algunos de los hogares de hermanos permanecían unidos durante más de diez generaciones y que los hermanos y hermanas eran prácticamente inseparables, “compañeros para toda la vida”. Sin embargo, éstas no son relaciones incestuosas. En realidad, allí el tabú del incesto es tan poderoso que nadie puede hablar en presencia de sus hermanos o hermanas de cuestiones sexuales, ni siquiera emocionales.

Pero, ¿de dónde vienen entonces los bebés na? En la mayoría de los casos de encuentros románticos casuales, llamados nan-sese que significa “visitar furtivamente”. La visita furtiva, una cita sexual que se produce de noche, es la forma más común de relación sexual en la sociedad na. Sus convenciones muestran hasta qué punto son menos importantes en esta sociedad las relaciones sexuales que los lazos fraternos o entre madre e hijo. Lo habitual es que el visitante llegue demasiado tarde por la noche para participar de la comida o de alguna interacción social y se quede apartado en un rincón esperando a que los miembros de la familia se retiren.

Algunas parejas practican una relación más pública, la “visita conspicua”. En ese caso el hombre llega más temprano a casa de la mujer y lo hace de manera más abierta y regular que cuando se trata de un encuentro de sexo casual. Pero incluso en estas relaciones más estables ninguno de los miembros de la pareja adquiere cualquier obligación con el otro. Son los hermanos y no los esposos quienes reúnen los recursos económicos y cooperan en la crianza de los niños. Si la familia de una mujer necesita más hijos, niños o niñas, el grupo de hermanos normalmente los adopta de otro grupo de hermanos.

Aun en los casos muy raros en los que una pareja viva bajo un mismo techo, las relaciones legales y las identidades de los dos individuos no varían y lo más extraordinario es que ni siquiera esa convivencia determina ninguna relación con las respectivas familias de origen. Las familias de la pareja no se sienten vinculadas entre sí por ningún lazo.

[....] Lo cierto es que esa sociedad deja claramente establecida una cuestión: el matrimonio no es la única manera de imponer el tabú del incesto, de organizar la crianza de los niños, de reunir recursos, de cuidar de los ancianos, de coordinar la producción del hogar o de transmitir las propiedades a la generación siguiente. Sin embargo, es la única manera de adquirir parientes políticos. Y desde el despuntar de la civilización adquirir parientes políticos fue una de las funciones más importantes del matrimonio.

Sólo muy recientemente dejaron los padres y otros parientes de hacer sustanciales especulaciones materiales sobre el casamiento o la duración del matrimonio de los individuos. Este cambio histórico que se produjo en todo el mundo permitió que las parejas modernas ya no estuvieran obligadas a aceptar que sus parientes les indicaran cómo deberían manejar sus vidas. Esta independencia sin precedentes de la pareja casada con respecto a los parientes propios y políticos ofreció la posibilidad de construir relaciones más satisfactorias que las del pasado, pero también tuvo una parte determinante en la crisis del matrimonio moderno.

Sthephanie Coontz (La historia del matrimonio, 2005)